La nueva brecha digital: sin chips, no hay futuro
- Malka Mekler
- hace 4 horas
- 3 Min. de lectura
El 90% del poder de cómputo para IA está en manos de compañías estadounidenses y chinas, dejando a la mayoría de las naciones fuera del juego.

La inteligencia artificial avanza a una velocidad que amenaza con consolidar una nueva división digital a escala planetaria. De un lado, están las potencias que concentran el poder de cómputo, la infraestructura crítica que hace posible entrenar y ejecutar modelos de IA de última generación, y, del otro, una mayoría de países que ven cómo se esfuma su capacidad para competir tecnológicamente. Según The New York Times, esta desigualdad tecnológica ya está reconfigurando las dinámicas geopolíticas y económicas del siglo XXI.
Mientras en Texas se levanta un megacentro de datos de OpenAI, valorado en US$60.000 millones y alimentado por su propia planta de gas natural, en una sala adaptada de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina, cables viejos conectan chips obsoletos en lo que constituye uno de los pocos nodos avanzados de IA en el país. “Todo se está separando más”, advirtió Nicolás Wolovick, profesor de ciencias de la computación en esa institución. “Estamos perdiendo”.
Este abismo se traduce en cifras contundentes. De los más de 130 centros de datos más potentes del mundo, más de la mitad están ubicados en Estados Unidos, China y la Unión Europea, según investigadores de la Universidad de Oxford. Solo 32 países, menos del 20% del total global, cuentan con este tipo de instalaciones, dejando a más de 150 naciones completamente al margen del desarrollo avanzado de la IA.
Hoy, estas instalaciones no solo son más grandes y costosas, requieren miles de GPUs y consumen enormes cantidades de energía y agua, sino que además están en manos de un puñado de empresas tecnológicas. El control de este recurso clave no es solo una cuestión industrial: determina quién puede liderar avances en salud, automatización, defensa o ciencia de datos.
El acceso desigual a este poder de cómputo ya impacta en la retención de talento y el crecimiento de startups. En África, por ejemplo, compañías como Qhala o Amini deben alquilar capacidad desde el extranjero para entrenar modelos en lenguas africanas, enfrentando altos costos, lentitud de red y problemas legales. “Si no tienes los recursos de cómputo para procesar los datos y construir tus modelos, no puedes avanzar”, lamentó Kate Kallot, fundadora de Amini y exejecutiva de Nvidia.
La escasez global de GPUs, chips diseñados para cargas intensivas de IA, ha convertido a estas piezas de silicio en activos estratégicos. Empresas como Nvidia, cuyos componentes dominan los centros de datos actuales, están en el centro de una competencia entre Estados Unidos y China, cuyas restricciones comerciales y préstamos estatales también están moldeando el acceso a esta tecnología en regiones como Medio Oriente y el Sudeste Asiático.
La brecha también revela una nueva forma de dependencia. “Los productores de cómputo podrían tener una influencia similar a la que han tenido los países petroleros en el pasado”, advirtió Vili Lehdonvirta, investigador de Oxford. Su colega Lacina Koné, director de Smart Africa, fue más contundente indicando que “no es solo un problema de hardware. Es la soberanía de nuestro futuro digital”.
En respuesta, algunos países están invirtiendo en infraestructuras propias. India está subsidiando el desarrollo de modelos en idiomas locales; Brasil comprometió US$4.000 millones para proyectos de IA; la Unión Europea planea invertir US$230.000 millones para reducir su dependencia tecnológica. África, por su parte, contará con un nuevo centro de datos construido por Cassava Technologies, respaldado por Google y Nvidia, aunque se estima que apenas cubrirá un 20% de la demanda regional.
Sin embargo, la escala del desafío es tal que muchas de estas iniciativas aún dependen de acuerdos con gigantes tecnológicos. Y aunque compañías como OpenAI anuncian programas de adaptación a contextos locales, la distribución de los beneficios de la IA sigue estando lejos de ser equitativa.
“Este es el corazón de la revolución de la IA”, concluyó Koné. “Y nos estamos quedando atrás”.
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