¿Estamos ante el fin de las redes sociales?
- Malka Mekler
- 18 sept
- 3 Min. de lectura
Algoritmos que privilegian el volumen, perfiles creados con IA y la caída del engagement muestran que Facebook, Instagram y X dejaron de ser espacios de interacción humana para convertirse en fábricas de contenido automatizado.

Al abrir cualquier feed, la sensación es de familiaridad: un carrusel de publicaciones que desliza con fluidez bajo el pulgar. Pero basta con mirar de cerca para notar que algo cambió. Perfiles clonados, respuestas idénticas, videos reciclados y fragmentos creados por inteligencia artificial inundan las plataformas. Lo que alguna vez fue un espacio de intercambio humano ahora parece una fábrica de contenidos diseñados para captar clics. ¿Estamos frente a los últimos días de las redes sociales tal y como las conocimos?
La lógica original de conexión y autenticidad fue reemplazada por un ecosistema donde los algoritmos priorizan el volumen sobre la interacción real. Facebook, por ejemplo, se ha convertido en un gran depósito de spam automatizado, con titulares incoherentes, imágenes borrosas generadas por IA y publicaciones pensadas únicamente para estimular el scroll. Como señaló Arwa Mahdawi en The Guardian, la plataforma “está inundada de publicaciones de bajo esfuerzo generadas por IA”, algunas incluso potenciadas por el propio sistema de recomendación.
La dificultad para distinguir entre contenido humano y sintético se ha vuelto casi total. Steve Huffman, CEO de Reddit, llegó a admitir que la batalla consiste en “mantener la plataforma humana”, reconociendo así la magnitud de un problema que TikTok también refleja con narradores artificiales que presentan noticias falsas o historias inventadas. El resultado es un timeline saturado de material sin contexto, un “lodo semántico” que imita el lenguaje sin aportar significado.
A la vez, la llamada bot-girl economy consolida un modelo de interacción basado en avatares optimizados para seducir y monetizar la atención. Perfiles diseñados con IA prometen cercanía y disponibilidad, pero funcionan como engranajes de un sistema automatizado de captación y venta. Lo paradójico es que cada vez más creadores humanos se ven empujados a comportarse como algoritmos, automatizando respuestas y produciendo contenido en serie para sobrevivir en un entorno donde la autenticidad ha dejado de ser rentable.
Los números muestran la caída. Facebook y X apenas alcanzan un 0,15% de interacción promedio en sus publicaciones, Instagram ha perdido un cuarto de su engagement en un año, y hasta TikTok empieza a estancarse. Aunque el contenido se multiplica, la conversación desaparece. Lo que queda es un flujo constante de estímulos pensado más para regular el ánimo del usuario que para generar vínculos. Como resume Noema Magazine, “el contenido prolifera, pero la interacción se evapora”.
Mientras tanto, millones de usuarios migran hacia espacios más pequeños, privados o especializados, como los grupos de chat, servidores de Discord o plataformas descentralizadas como Mastodon y Bluesky. La tendencia apunta a un internet más fragmentado y deliberado, donde la relevancia ya no se mide por la viralidad sino por la confianza y la calidad de las interacciones.
La pregunta no es si las redes sociales morirán, sino qué arquitectura digital vendrá después. Los experimentos con protocolos abiertos, la apuesta por comunidades moderadas y el diseño de plataformas que introducen pausas intencionales muestran un posible camino hacia una red más humana. Tal vez el futuro no esté en un feed infinito controlado por algoritmos opacos, sino en múltiples espacios donde la conexión recupere su valor original.
En ese sentido, los últimos días de las redes sociales podrían ser también los primeros de una nueva etapa del internet: más lenta, más consciente y menos dominada por la economía de la atención.




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